Los años 20 fueron una época en la que los madrileños intentaban dejar atrás la Primera Guerra Mundial mirando al futuro con esperanza. Aquellos días circulaban por la capital unos 8.000 automóviles y cientos de tranvías, y Madrid contaba con 800.000 habitantes.

Había que olvidar el horror de la guerra y centrarse en el desarrollo científico y tecnológico para empezar a vivir tiempos mejores. El ocio se valoró más que nunca; a ello contribuyeron los teatros, cines y cafés madrileños, algunos de ellos abiertos al público las 24 horas. Y es que la población buscaba divertirse para recuperar ese tiempo perdido que la guerra le había arrebatado. Fue una época de relativa prosperidad que se dio en llamar los felices años 20, pues correspondió con un periodo más o menos tranquilo y optimista donde se pudo disfrutar de cierta bonanza y bienestar.

Se respiraba una ilusión y un vitalismo desbordante: la intensidad con la que se quería pasar página para vivir una nueva época desembocó en fiestas que agitaban la ciudad con júbilo y entusiasmo. ¿Cómo era Madrid en 1920? Gracias a estas valiosas fotografías que hoy compartimos podemos hacernos una idea de aquel Madrid, que dista justo un siglo del Madrid en el que hoy vivimos. ¿Cuánto han cambiado las cosas en cien años? Te invitamos a recorrer el Madrid de los años 20 en nuestra sección Un Paseo por el Pasado, que habíamos dejado visitando el Paseo de Recoletos. ¿Nos acompañas en este viaje en el tiempo?

UN MADRID QUE CORTABA EL ALIENTO

En 1920 hacía tan sólo un año que en Madrid existía el metro, con una única línea, la 1. Eran tiempos de cines y teatros: el Cine Encomienda (calle Encomienda), el Cine Doré (calle Santa Isabel), el Cine de la Prensa y el Palacio de la Música (Gran Vía); el Teatro de la Latina (La Latina), el Teatro Progreso (Tirso de Molina), o el Teatro Novedades (calle Toledo), eran los lugares de esparcimiento preferidos de los madrileños.

Podemos decir que el cine, el arte, la moda o la música cambiaron vertiginosamente en aquellos años, lo cual provocaba que la ciudad se contagiara de esa efervescencia. Poco a poco las mujeres empezaban a entrar en el mercado laboral; se empezó a imponer el corte de pelo estilo garçonne, las faldas se acortaron y aparecieron nuevas prendas, como boas, redecillas y tocados.

Llegaron la radio y los gramófonos, también los teléfonos de sobremesa; los cafés se llenaron de nuevos ritmos que parecían sumir a Madrid en un tiempo futurista, donde todo cambiaba a una velocidad frenética. Y es que, en ocasiones, los madrileños tenían la impresión de que se quedaban sin aliento, tales eran los cambios y los avances tecnológicos que debían asimilar sin apenas tiempo de reacción.

MADRID VISTO POR RAMÓN GÓMEZ DE LA SERNA

El genial escritor madrileño Ramón Gómez de la Serna, que alcanzó su cumbre como literato en los años 20, dedicó incontables escritos a Madrid, la ciudad de sus amores. Con dos fragmentos de su Letanía de Madrid, donde describía el Madrid de aquellos días, queremos cerrar este artículo. “Lo que más tiene Madrid es estilo —descuidado estilo—, estilo para pasear y para vivir, estilo para perfilarse arquitectónicamente y estilo para embozarse en la capa. Pone en su estilo todo lo que toca, lo que dice o lo que escribe. Así, un acierto de su estilo es llamar El Céfiro a un dancing de verbena. Como tiene esa cosa expansiva, intringulada, que se llama estilo, meten entre sus viejas casas un gran edificio y enseguida confraterniza con sus compañeras y adopta su mismo estilo sencillo y noble. Todas las edificaciones navegan en seco, con un rumbo por el estilo, y si se le observa, desde las alturas, se verá que cada grupo de edificaciones forma un gran transatlántico, que no porque no sea traslaticio deja de tener la unidad entre pasaje y tripulación que caracteriza a los grandes barcos”.

En otro fragmento de su letanía, Ramón dice: “Armoniza todo en él, y por eso se puede uno dedicar a ese ritmo anchuroso que permite versificar los paseos, bajar de San Francisco el Grande al derrumbadero del río, trasladarse de la Castellana a la plaza de Oriente, estar en el Museo del Prado, irse después a Puerta de Hierro y acabar en la Puerta del Sol o en el Pacífico. El cronista se renueva gracias a esta gran variedad hermanada de Madrid, y su crónica es siempre diferente”.